APEWOMAN

Estoy en el balcón mirando como pasan los autobuses, una mujer bastante gruesa y bajita paseando a unos chuchos de avanzada edad que estaban como trullos.

– Comen lo mismo -pensé.

Se baja de golpe una persiana de una casa del edificio de enfrente. No me da tiempo a ver quién era el energúmeno. Tengo un vecino cabrón que hace lo mismo todas las noches a las dos de la mañana.

De pronto da un estallido la farola que tengo a mi lado y se enciende poco a poco. Miro el resto de la calle y todas hacen lo mismo. Está anocheciendo y ha llegado su turno. Alguna más relajada le cuesta arrancar, pero finalmente, allí están todas hablando de como han pasado el día.

– A mí me han limpiado los bajos -dice una.

– A mí me han puesto una señal -dice otra.

– A mí me ha meado un jodido humano -otra.

– A mí me han pintado enterita desde un camión grúa -la otra.

Vista cenital de mi barrio y farola hablando sola

Vista cenital de mi barrio y farola hablando sola

Chisteo un poco fuerte y todas se callan. Luego, al cabo de unos segundos, comienzan de nuevo a susurrar y vuelta a empezar.

De pronto veo al inicio de mi calle una figura que salta de rama en rama, de un árbol a otro, que avanza en dirección a mi portal. En siete u ocho balanceos esta casi en el árbol que tengo junto al balcón.

Es una grácil muchacha que tiene un par de ojos azules como el mar profundo, pelo rubio y largo, con unos pantaloncillos cortos y piernas robustas, está descalza y bastante sucia.

– Eso es debido a la maldita contaminación, están sucios hasta los árboles -pensé.

Le doy el alto y le pregunto como se llama.

– Apewoman -me dice. ¿Y tú?

– Todos me llaman Bronco, pero a partir de ahora me puedes llamar Apeman.

Me quito las zapatillas de estar por casa y de un salto me pongo junto a una corpulenta rama que tenía a su lado esa hermosa criatura.

– ¿De donde sales tú? -le pregunto.

– Vivo a dos calles de aquí. He salido a tomar el fresco y a estirar un poco las piernas – contesta.

-De rama en rama estiras algo más que piernas -le digo.

Vivíamos una fase en la que el gobierno de la nación había confinado a toda la población en sus hogares. No se podía salir si no era a pasear a los putos perros o a los putos niños.

Se había producido la colisión de una lluvia de meteoritos contra el planeta.

Los malvados asteroides se les habían pasado por alto a todas las agencias espaciales, ninguna los había detectado, todavía nos les habían puesto su nombre.

Uno de esos cuerpos celestes de gran tamaño había impactado a unas 300 millas náuticas al noreste de Murcia. Había provocado un enorme sunami que había arrasado todas las Islas Baleares y la mayor parte de esa provincia. Los que pudieron salvarse se podían contar con los dedos de varias manos. Bueno, se salvó un autocar entero de murcianos que estaba de gira con un grupo de folclore de la región, todos abuelos y abuelas bastante insoportables. Bailaban y tocaban todo tipo de instrumentos.

Como consecuencia se sucedían explosiones en todas las ciudades. La atmósfera se volvió irrespirable. Los asteroides de marras llevaban sustancias contaminantes que se habían esparcido por todo el planeta. Al menos, eso nos contaron las autoridades.

Los países que habían sobrevivido se sintieron terriblemente amenazados y cerraron sus fronteras. A continuación, nos enjaularon en casa. Nos vigilan con drones y llevamos unas pulseras con localizadores para que registren nuestros movimientos.

Así llevamos ya seis años.

Apewoman no llevaba su pulserita y le pregunté que como era eso. Me dijo que sabía como desactivarla y quitársela. Cogió mi mano, le pegó un mordico desgarrador y arrojó la mía al balcón.

Apewoman comiendo un helado antes del confinamiento

Apewoman comiendo un helado antes del confinamiento

-Basta de palabrería. Me gustan los chicos de pocas palabras -me dice la muchacha.

Me agarra de un brazo y comenzamos a bailar de árbol en árbol por toda la calle. Se veían a los ciudadanos viendo sus televisores y haciendo sus tareas hogareñas. No abrí el pico en todo el viaje. Llegamos a su casa. Tiene una bonita terraza, planeé en ella como pude y me llevé varios tiestos por delante. Me miró con cierta indulgencia. Había dejado abierto el balcón y para allí que entramos como la brisa.

Fuimos directamente a la bañera y nos enjabonamos mutuamente. Pude comprobar que tenía la piel más dura que la carne de pato. Tenía un cuerpo impactante, todo lleno de cicatrices y rasguños producto de su actual vida arbórea.

-Otros tienen cicatrices producto de las cirugías estéticas -pensé.

Apewoman pertrechada en el Retiro

Apewoman pertrechada en el Retiro

Comenzamos a viajar de copa en copa cada noche. Al principio íbamos cerca, como mucho al Retiro. Nos conocíamos ese maldito parque de rincón a rincón. Toda la fauna silvestre nos conocía y respetaba.

Lo cierto es que disfrutábamos mucho, reíamos y decíamos bobadas. Bueno, sobre todo yo.

Un buen día decidimos abrir fronteras y nos adentramos por las cuencas fluviales de la región. Llegamos a visitar Aranjuez y bailamos de copa en copa por sus bellos y reales jardines. En este bonito paseo tuvimos que bajar al suelo en varias ocasiones. Las carreteras y autovías no eran impedimento para la vida salvaje. En algunas ocasiones nos balanceábamos de farola en farola, postes de la luz, soportes de señales y antenas de todo tipo.

Nos fuimos dando cuenta que las autoridades nos mantenían encarcelados sin motivo alguno. Las sustancias tan mortíferas que se habían instalado en la superficie terrestre, hacía meses o años que habían desaparecido. Pero allí estábamos esperando a que todo aquello pasase.

En nuestras excursiones de fin de semana ya éramos una buena tropa. Todos los vecinos de mi bloque pronto se unieron. Un grupo de veteranos de antiguos trabajadores del mercado de pescado de Mercamadrid se unió también al grupo. Tenían su sede en el portal de al lado. Y luego había un gran grupo de muchachas que se habían sentido atraídas por el desparpajo y dotes de mando de Apewoman, y allá donde fuera, allá que iban.

Nuestras hazañas se extendieron de copa en copa hasta que el gobierno quiso cortarnos las alas y poner fin a nuestros viajes y a la fama adquirida. Puso a investigarnos a la Unidad Militar de Emergencias, un grupo de intervención rápida altamente cualificado y especializado en delitos de mucha altura.

¡Pero estos cambios han sido imparables!

Nos hemos organizado en un movimiento ciudadano que aglutina a sociedades indígenas de nuestro país y que reivindican la salida escalonada del confinamiento. Sobre todo, se han unido poblaciones enteras de Castilla – La Mancha, que luchan por el resurgimiento de las sociedades agrarias de esas comarcas.

En un principio permitíamos que se nos uniera cualquier tipo de ciudadano. Luego admitimos a todos los yayos del mundo, mucho más críticos en situaciones represivas de esta naturaleza. Como ya no estaban muy ágiles, les implicamos en actividades de comunicación y entretenimiento.

A quien no toleramos desde un principio fue a los antiguos directivos de grandes y medianas empresas, muy pesados y siempre suspirando por lo que fueron en el pasado. Se trataba de unos inadaptados que retrasaban mucho nuestras incursiones, siempre hablando de negociar con las plataformas sindicales mayoritarias, estaban hambrientos de poder y tenían actitudes muy agresivas y sospechosas que minaban nuestra sociedad igualitaria.

Las facciones de ataque están constituidas mayoritariamente por hembras, especialmente dulces y ágiles muchachas, amas de casa retiradas de sus labores y petardas de todo tipo que no pierden el tiempo a la hora de apuntarse a eventos de cualquier naturaleza.

Los varones habían ido atribuyéndose tareas que antes eran impensables, como la limpieza de sus hogares, la adquisición de víveres y el cuidado de sus criaturas, y habían sido desplazados por sus familias a trabajos de semiesclavitud.

Para ello había que poner en funcionamiento un complejo entramado de participación social, en el que se fueran recogiendo las propuestas de la ciudadanía. Era necesario promover la participación de manera activa de toda la sociedad civil en la toma de decisiones, como expresión de la libertad e igualdad soñada para todos los individuos.

Al escuchar esto de nuestro comité científico, los destituimos a todos y los enviamos para que sirvieran de apoyo logístico a los nuevos amos de casa.

Mujeres en un mundo feliz

Mujeres en un mundo feliz

Llegó el momento de dar el gran salto. Había que navegar hacia una orilla lejana y dejar atrás a estos políticos locos y estas ciudades hostiles. Había que buscar un destino feliz en el que pudiéramos desplegar nuestra vida salvaje.

Apewoman, que conocía bien los confines arbóreos de nuestra península, marcó la ruta.

Había que saltar en Aranjuez hasta la ribera del río Tajo y desde allí dirigirnos hasta Lisboa. En la praia de Caparica, con toda la maleza que arriba con las mareas, nos construiríamos grandes cayucos, para trasladarnos costeando hasta el protectorado de Tanger. Allí contactaríamos con nuestro pueblo hermano bereber para que nos ayudasen a trasladarnos a la población de Aaiún, capital de la Nueva República Saharaui Independiente, y desde allí saltaríamos a las Islas Afortunadas con la ayuda de grupos afines al Ejército de Liberación Nacional.

– Todo parece encajar. Que tipa más astuta y perspicaz -pensé.

Nos pusimos en marcha. En territorio nacional, aparte del nutrido grupo de castellano manchegos, se nos unió un buen colectivo extremeño. El aparato organizativo aconsejó excluir de esta primera incursión a los más chiquininos. Cuando hubiéramos establecido una ruta, volveríamos a por ellos.

Habíamos llegado hasta la frontera con nuestro país hermano, manteníamos contactos con la resistencia de aquel país, incluso hemos iniciado conversaciones con grupos de liberación de la FEAA – Federación de Estados Afectados por los Asteroides.

Por la lusitania todo fue buen rollo y diversión. Este pueblo hermano desplegó toda su generosidad a nuestro paso. Se intentó integrar un colectivo de intelectuales que reivindicaban la capacidad social de los individuos para transformar las formas de pensamiento global.

– Ya sé que podéis aportar soluciones integradoras a la expedición, pero mejor os esperáis a la siguiente -les dije yo.

Eso sí, incorporamos a un colectivo de artesanos navieros que nos ayudaron a gestionar la fabricación de cayucos y naves necesarias para el traslado marítimo.

Cayucos listos para zarpar

Cayucos listos para zarpar

Una vez en la hermosa playa de Caparica, se pusieron a funcionar esos artesanos del agua. Se organizaron en equipos con la mayor parte de las voluntarias de pelo oscuro y bigote.

Dejaron fuera a todas las rubitas de tez blanca y delicada, incluida Apewoman, pero las trataron siempre con afabilidad y ternura.

En dos días habían preparado una docena de cayucos y dedicaron otro día más en pintarlos y decorarlos. Estos jambos son así, orgullosos, constantes pero pausados y llenos de dulzura –muito porreiros, como dicen por allí.

Hicimos acopio de bacalau como para dar la vuelta al mundo. Durante el trayecto costeando la piel de toro, hicimos una única incursión en la bahía de Cádiz. Esta población portuaria se había declarado durante el confinamiento Ciudad Estado Comunista Independiente. Allí se comerciaban todo tipo de mercancías, eso sí, todo bajo una estricta socialización de los medios de producción para asegurar el reparto igualitario y común de los bienes.

En una cantina del puerto comimos pescaito frito adobado y papas con chocos. Cuando estamos a punto de reventar, se escucha un vozarrón.

– ADELANTE, MARCHAMOS, TODOS A BORDO -gritó Apewoman

– No conocía ese registro de la chica -pensé.

Luci, una del pasaje aprovechando esos minutos en tierra

Luci, una del pasaje aprovechando esos minutos en tierra

En la despedida estuvo hasta su alcalde presidente. Siempre agradeceremos poco la amabilidad y cordura desplegada por ese muchachote.

Cruzando las almadrabas topamos con un gran carguero lleno de regordetes y bajitos japos. Estaban apresando todos nuestros mejores atunes, ahora sin reglamentación alguna para su captura. Esos malditos amarillos estaban fuertemente armados, les protegían una panda de mujeres tatuadas, las conocidas Yamaguchi-gumi.

 

– ¡Mucho ojo con aquellas mozas! -les dije al resto de mi cayuco.

Yamaguchis agresivas en posición de ataque

Yamaguchis agresivas en posición de ataque

– Como te despistes una pizca, te amputan el dedo meñique. Son unas magas del contrabando, de la extorsión y del tráfico de armas y drogas – dijo Apewoman.

– Son tremendamente agresivas y solo comen carne de caballo muerta y atún crudo -añadió.

– Que vastos conocimientos tiene esta muchacha -pensé.

 

Nuestros amigos portugueses sacaron su artillería. Podones, garfios, algún arpón y algunas gubias. Las salvajes yamaguchis tatuadas se acojonaron de tanta combatividad y salieron huyendo en unas lanchas motoras de gran cilindrada. Quedó el carguero libre de gente indeseable.

– ¡Pues vaya agresividad la de las yamaguchi! -dijo Renato, uno de los portugueses.

Los japos trabajadores se hicieron con el control de la embarcación, confraternizamos con este pueblo un poco en cubierta y quedaron en devolvernos el favor algún día. Nos pasaron el número de sus móviles y la frecuencia de radio del navío.

Maggy la Pacense con arma automática antes de partir

Maggy, la Pacense, con arma automática antes de partir

Un par de días después llegamos a la playa de Achakar, en la ensenada de Jeremías, protectorado de Tánger. Allí realizamos cierto avituallamiento de víveres esenciales, sobre todo combustible, frutas, una docena de AK-47 de fabricación soviética de la segunda gran guerra y dos cabras por embarcación. A estos animales les pusimos nombre en cuanto subieron a bordo, lo que impidió su sacrificio. Permanecían en popa junto al timonel, al que tenían totalmente mordisqueada y llena de pulgas.

– ¡Oficios de alto riesgo! -pensé.

Al tercer día de navegación, fuimos asaltados por mercenarios senegaleses. Al ver el bonito pasaje y, sobre todo, los principios y fundamentos de nuestro movimiento armado y migratorio, se sintieron obligados a colaborar y facilitar nuestras últimas etapas.

– ¡Pues vaya agresividad la de los mercenarios senegaleses! -dijo Everaldo, otro de los portugueses.

Finalmente, conseguimos llegar a la bonita población de Aaiún. Un nutrido barullo de niños y niñas nos recibieron y jugaron con las cabras. A cambio de dos informáticos de Mérida y de dos abuelas de un pueblo de Toledo, que se habían convertido en personas non grata, hicimos acopio de higos, dátiles y de higos chumbos y nos hicimos de nuevo a la mar.

Al cabo de dos jornadas, custodiados por nuestro pueblo hermano senegalés, llegamos a la bonita isla de Lanzarote.

Las Canarias habían cambiado también de status durante la gran depresión. Ahora se denominaban Estado Conejero Independiente. Las relaciones con el estado español habían desaparecido y se habían convertido en una sociedad igualitaria y autoabastecida.

Apewoman en la isla de Lanzarote

Apewoman en la bonita isla de Lanzarote

Nos instalamos en un bosque de laurisilva en el bonito valle de Malpaso, junto a la bahía de Penedo.

– ¡Algún conquistador gallego! -pensé.

Al cabo de dos meses nos habíamos organizado en equipos de intervención rápida, uno para establecer la ruta a la península e ir trayendo a la résistance de aquel estado autoritario, otro para ir pensando en cómo salir de allí.

Pronto, aquello se nos hizo pequeño. Además, la escasa masa arbórea, con tanto balanceo, comenzó a resentirse y a debilitarse. Había hostiazos todos los días y tuvimos que abrir un hospital monitorizado de emergencias.

grupo antisistema jugando en la playa

Grupo antisistema jugando en la playa

Apewoman nos comentó que un grupo antisistema de su barrio habían cruzado el gran charco y se habían instalado en la reserva natural de Barbados, balanceándose todo el día de un cocotero a otro y con una variadísima fauna caribeña de dos y de cuatro patas.

Ahora nos encontramos planificando la enorme travesía. A estos guanches ya no hay quien les aguante. Tienen unas creencias y costumbres ancestrales que están fuera de toda lógica. Son unos inadaptados y lo único que les interesa en la vida es pelearse y refugiar sus penas en alcohol.

Eso es debido a la ambigua situación cultural en la que viven y a la histórica discriminación que han sufrido. Pero tampoco les disculpa.

Cuando un pueblo te decepciona y desconcierta, lo mejor es poner tierra por medio.

Ya os iré contando cómo evoluciona el tema.

 

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